La muerte nos desconcierta. No importa
que sea la de una mujer ya de 84 años. Sabíamos que tenía que llegar ese
momento, pero cuando llegó nos dejó perplejos, incómodos,
impotentes…
La muerte es un acto violento, penetra
en lo más profundo de nuestro corazón, arranca, lastima, hiere y deja un
vacío insospechado.
La muerte nos llena de dolor, nos
parece mentira que haya sucedido, no nos acostumbramos… miramos intensamente al
pasado. Recordamos momentos íntimos, añoramos otros que quisiéramos haber
vivido y no lo hicimos… un sinfín de sentimientos distintos se mezclan,
se entrecruzan, nos invaden y nos confunden, casi hasta la desesperación.
La muerte es cruel, es un
viaje sin retorno de alguien que no quería marcharse, ni
dejarnos… A mamá ya no le podemos escribir, ni visitar, ni llamar por
teléfono…no sabemos dónde está… nos parece mentira!
La muerte es un túnel oscuro, negro…
nos preguntamos si habrá algo más que túnel, si de verdad existirá una
salida, o si todo terminó en aquella tumba.
Esto y mucho más, es
lo que sentimos hoy nosotros, ante la muerte de
mamá…Sabemos que la hemos dejado en un nicho cubierta de flores.
Flores que se marchitarán y se pudrirán muy pronto, al mismo tiempo que
el cuerpecito de nuestra madre se irá descomponiendo.
Mamá no ha muerto del todo.
En cada uno de nosotros vive su
recuerdo. Está viva como historia, es el amor que puede más que ese túnel
negro y misterioso con el nombre de muerte.
Pero no es sólo en el
recuerdo donde vive mamá. El recuerdo podría ser simplemente
fantasía.
Mamá vive en cada uno de nosotros,
llevamos su sangre. Caminamos, actuamos y no nos damos cuenta que también en
nosotros siguen viviendo mamá y papá.
No sólo la muerte es misterio,
también lo es la vida. Lo es la existencia humana
en su totalidad.
Mamá nació
entre gemidos de llanto y murió
entre la angustia de agonía, una agonía
dura, lenta…como un parto hacia la nada.
No sabemos si habría querido nacer. Lo
que sí sabemos es que, no quería morir, no nos quería dejar.
Su deseo de quedarse, de no
morir le producía ansiedad. Aquí estuvo, sin duda, su
mayor sufrimiento, quizás mucho más duro que cualquier
dolor físico. Se aferraba más y más a la vida porque no
quería dejarnos…Pero la vida le faltaba….
¿Qué sentía mamá?
Sentía lo mismo que millones de
moribundos, deseos de vivir, pero bebiendo la angustia trágica de la copa
de la muerte.
No, mamá no ha muerto
para siempre. La tumba no es su último destino, las flores
que la cubren perderán su aroma, se pudrirán, se convertirán en polvo…
para ellas pronto llegará el final total. Pero ése no es el presente, ni el
futuro de mamá.
Como la de Jesús también su tumba
un día quedará vacía.
Mamá está viva. Allí sólo
está su cuerpo, un cuerpo gastado, dolorido, envejecido por
el tiempo, los trabajos y el sufrimiento…
“Y a los tres días resucitó”.
Jesús rompió el túnel de la muerte, hoy
está vivo. Una vida que no reserva para Él sólo, sino para los que crean
en Él, también.
“El que crea en mí, aunque muera
vivirá”
Mamá, porque creyó en Jesús, vive ya
con esa vida del resucitado. Por eso un día, en el misterio del tiempo,
podremos hablarle y decirle lo que quizás quisiéramos decirle ahora y no
sabemos cómo.
Con nuestra fe podemos atravesar
ese túnel de la muerte, ir más allá de la tumba…yo sé que mamá está viva,
ya no sufre, ya no está amenazada por los dolores, la falta de vista,
oído…por la agonía. Ya no dice “me ahogo” porque es feliz…y desde ese sitio
misterioso, en este momento nos ama de otro modo y sigue con
nosotros.
NUESTRA MADRE Y ABUELA QUE ESTA SIEMPRE
A NUESTRO LADO NOS BENDICE Y PIDE POR NOSOTROS.”
Que mamá nos vea, desde donde el Señor
la tenga, siempre unidos y que desde allí, en estos momentos
sintamos que sigue estando a nuestro lado y de nuevo nos
bendice.
Que así sea.